Una agradable melodía embargaba el salón. Apenas
alcanzaba a sentirse el murmullo de las
pocas personas que conversaban con forzadas risas. Yo esperaba algo impaciente
a que llegara mi entrevistado. Le hice una señal al camarero y rellenó mi copa
de aquella ambrosía: absenta perfumada de unas gotas de sangre de kraken.
Exquisito.
Entró con paso temeroso. El otrora chiquillo siempre
feliz y risueño había mutado la alegría por cierto miedo y nerviosismo. Le hice
un gesto y, tropezando, llegó a mí. Su cabello seguía conservando aquel rubio
extraído de los campos de centeno. Sus pupilas estaban coloreadas del infinito más perdido. Vestía
la casaca larga aguamarina y roja de dorados botones con la que el aviador le
había conocido en aquella ocasión. Ese joven que parecía nunca crecer era el
Principito. Tomó asiento junto a mí y me estrechó la mano:
-Disculpe mi retraso, señor Guile…
-No se preocupe, mmm…
-Llámame Principito, por favor. Y tutéame.
-Está bien, Principito. –Me coloqué un falso mechón, mojé
la pluma y encendí la grabadora- He venido aquí no para insultarle ni
amenazarle para que me diga lo que la prensa quiere oír; sino para que me
cuente qué pasó realmente. Qué ha ocurrido para que el Principito haya
aparecido en los “Papeles de Panamá” –El chico me contempló sorprendido y
aliviado a la vez. Me estrechó las manos entre las suyas y me pareció sentir el
nacimiento de unas lágrimas.
-¡Mi queridísimo Guile, no se puedo imaginar el
sufrimiento que he pasado! ¡Nadie me cree cuando les digo que todo ha sido un
terrible error! ¡Me han engañado! Firmé aquellos papeles sin saber y me han
llevado a la ruina… Por favor, señor Guile, ¡ayúdeme! –Ahora lloraba
desconsoladamente sobre mis rodillas y pude ver en él lo que de verdad era: un
niño solo y asustado.
-Estimado amigo, para poder ayudarte necesito que me
detalles todo lo que ha pasado. –El Principito asintió aún lloroso y le tendí
un pañuelo para que se enjuagara el rostro.
-Esto comenzó en mi segundo viaje a la Tierra. Echaba
mucho de menos a mi amigo el aviador y quise volver a verle. Pero, para mi
asombro, el mundo había cambiado… -Una expresión de tristeza se instaló en su
semblante- Descubrí que el planeta había cambiado de siglo (al XXI); me
contaron la sucesión de aquellas terribles guerras que tanto daño habían hecho
y cómo había evolucionado todo a raíz de lo que llamaban “las nuevas
tecnologías”. Busqué a mi amigo, peor nadie pudo decirme nada de él. Algunas
personas sugirieron que ya debería de estar muerto, pero me negué a creerles.
Vagué por varios países descubriendo en ellos más miseria y agonía de la que
hubiera podido imaginar. Además, la gente me tachaba de loco, e incluso algunos
quisieron llevarme a un asilo… Me arrojaron también dos noches al calabozo por
haber cogido una barra de pan. El mundo se había convertido en una quimera de
la que quería escapar. Sin embargo, pareció que un día mi suerte iba a cambiar:
Unos hombres (que entonces se me antojaron amables)
prometieron llevarme con mi amigo el aviador si les ayudaba en unos asuntos.
Supe demasiado tarde que, al no estar registrado o “censado” en este planeta,
podía utilizar mi nombre para cometer barbaridades. Fraudes a cargo de un
dinero inexistente empezaron a salir bajo mi responsabilidad; responsabilidad
que firmé ingenuamente en cientos de documentos dibujando corderos. Se
aprovecharon de mi estupidez e inocencia para hacerse más ricos a costa del
disgusto de otros. Pero al fin me dieron un billete de ida a una dirección que
desconocía, asegurándome que allí encontraría a mi amigo. Yo les creí, por
supuesto. Cuando monté en el gigantesco avión en compañía de una caja con mi
cordero no me cabía el corazón en el pecho de la emoción. Preguntaba a todos
sin conocían a mi buen amigo, les hablé de sus bondades… Mas, ¡cuál fue mi
desdicha cuando llegué a Marruecos y la dirección era falsa! Lloré mucho
aquella noche acurrucado bajo una palmera.
Sin embargo, una mujer dijo conocer algo sobre mi amigo.
Sin pedir nada a cambio me condujo al albor del desierto. Allí vi… ¡Mis ojos no
podían creerlo! ¡Era el avión de mi amigo! Con lágrimas en los ojos me lancé a
buscarlo. Pero ya no estaba. Solo quedaba el recuerdo de sus gafas y la
avioneta. La dulce mujer confesó con el corazón en el puño que hacía ya varias
décadas un hombre extraño que viajaba por aquellos cielos sufrió un mortal
accidente. Sentí como una parte de mí se quebraba al saber que esa era la tumba
de mi amigo…
Pese a la agonía que aquellos nuevos tiempos había traído
a mi alma, esa buena mujer sosegó mi marchito espíritu y me demostró que aún
existían personas “humanas” en el mundo. Fue algunos días después cunado mi
nombre apareció alrededor de todas las pantallas. Quiénes me habían conocido me
tachaban de un ser despreciable y sin escrúpulos que, bajo la apariencia del
cariñoso Principito, había estafado y creado inmensos paraísos fiscales a lo
largo de los continentes. Todos me perseguían. Los medios se me echaron encima
era una presa fácil. Creo que solo he pasado tanto miedo cuando temí por mi
Rosa. Quería escapar de todo aquello. Nunca supe que los humanos pudieran
causar tanto dolor… Algunos periodistas me acusaron de crímenes que no había
cometido, como vestir las pieles de mi querido amigo el Zorro, ¡jamás hice nada
semejante! ¡Ver esa imagen de un zorro cortado por la espalda colgando sin su
bello pelaje me parte el alma!
¡Por todo esto tienes que ayudarme, Guile! He salido
corriendo y huí de todo… -Respiró profundamente, yo no sabía cómo consolarlo-
Esa misma noche tomé el primer viaje vagabundo en Meteorito para volver a mi
asteroide. Mi Rosa estaba muy preocupada. Yo lloraba sin saber qué hacer. Esperé con el sueño de que se
olvidaran de todo, pero compañeros taxistas de otros meteoritos me advirtieron
del peligro que corría si volvía. ¡Nunca podré agradecérselo! Aunque anhelaba
regresar a la Tierra, soñé que atacaban ese último recuerdo de mi aviador, era
el único trocito que quedaba de él…
Decidido, tomé otro meteorito que me trajese de nuevo,
¡pocos saben la buena labor que hacen! Y en un abrir y cerrar de ojos amanecí
en esta época más pasada, de vapores y faldas largas con palabras bonitas. A
través de las rosas decidí ponerme en contacto contigo, Guile, pues insistieron
en que tú podrías ser la única persona capaz de deshacer este desastre… Por eso
acudo a ti.
El
Principito acabó su historia con aquella mirada eterna y perdida de la infancia
nunca extraviada que en su momento conquistó al aviador. Apagué la grabadora y
dejé la pluma en el tintero. Le hice un gesto al camarero para pagar y me
levanté. Me calé el sombrero y le tendí una mano firme al Principito.
-Soy un viajero del tiempo. Te prometo que haré que tu
verdad aparezca en los medios para desmentir las acusaciones. Puede que el
Principito “esté en los Papeles de Panamá”, pero dejaré bien claro quiénes son
los verdaderos mafiosos de este asunto. –Antes de que pudiera decir algo, le
interrumpí- No tienes porqué darme las gracias –Bajé el ala ocultando el rostro
a la clara luz del mediodía- Es mi trabajo –Y, sonriendo antes de desaparecer
en un meteorito cercano, le dije- Por cierto, creo que te está esperando
alguien.

-Principito, tu cordero te ha echado de menos…