Once de la noche. Das un beso a tu hija de 15 años y a tu hijo de 13 y os
vais a dormir, mañana será un día duro.
Mañana es viernes y saldréis con uno conocidos a cenar. Tus hijos se
quedarán en casa. La mayor cuidará del pequeño.
Lo que no sabes es que ella va
a quedar con un desconocido que dice que la conoce de una fiesta a la que fue.
Por su perfil de Facebook (perfil que no has visto) ella cree que es un chaval
normal de 16, skater, con la gorra para atrás y una dilatación en la oreja
izquierda. Le gusta ir de botellones y escuchar electrolatino.

Te despides de tus hijos y sales. Tu hija se comienza arreglar: maquillaje,
falda-cinturón, top de escote prominente y tacones negros. Su hermano se queda
calladito en casa, hecho una bola en la cama y mirando el móvil con miedo.
Nadie sabe que todos los días recibe amenazas por Tuenti y Twitter, que al
acoso en la clase se le une el cyberbulling, silencioso y muy profundo. Cada
golpe virtual es una puñalada real.
Al día siguiente tu hija no ha vuelto. Su hermano no dice nada, no sabe
nada, solo llora y se enrosca en el sofá. Llamáis a la policía, os dicen que
esperéis. No se puede hacer nada… o sí. Uno de los policías propone que os
metáis en sus redes sociales para ver si hay alguna información sobre su
paradero. Entonces se abre la puerta a una duda: ¿deberían acceder sus padres a
su Facebook?
Unas horas después aparece la chica con el rostro demacrado. Ha tenido
“suerte”. Confiesa que estuvo hablando con un joven al que no conocía en
persona, y que resultó ser un cuarentañero que la ha humillado en una (que no
la primera) de sus experiencias sexuales. Este tipo de acoso se suele denominar también sexting o grooming.
Pero la historia no se ha terminado aquí. Vuelve a empezar una semana con
un mal sabor de boca. Tu hijo no quiere ir a clase, dice que se siente mal, que
no quiere ir.
Comienzan las mentiras: un día está enfermo, otro no hay clase, etc. Hasta
que llega un martes en el que os llaman del Instituto diciéndote que no ha ido
a clase, cuando debería de estar. Se da la voz de alarma. La ansiedad reina. En
eso, la hermana encuentra un sobre cerrado al lado del ordenador del pequeño.
Es una carta de suicidio, donde dice con letra temblorosa que no lo aguanta
más: las palizas a la salida del colegio, los insultos, los ataques continuos
por toda la faz digital… Debe irse, siente que debe irse, que así evitará que
le hagan daño a su familia. Manda besos a todos y se despide con un borrón
probablemente causado por una lágrima.
https://youtu.be/MV5v0m6pEMs Os dejo este impactante vídeo sobre una campaña contra el ciberacoso
Esa misma tarde aparece el cadáver del niño. Se ha arrojado al río y ha
dejado que su cuerpo se ahogase.
Los padres lloran. La hermana llora. Una vez que abren su teléfono se dan
cuenta de esos insultos, de esas heridas abiertas que palpitan sangre virtual.
Aquí os dejo un vídeo sobre el
cyberbullying que no tiene desperdicio (de Play Ground) https://www.facebook.com/PlayGroundMag/videos/1081964475176761/
Todo podía haberse evitado.
Todo si… los progenitores hubieran podido acceder a las redes sociales de
sus hijos.
Sin embargo… ¿dónde queda el derecho a la intimidad de los menores? ¿Deberían
estar sometidos a la constante vigilancia en Internet? Mas… ¿no estamos ya
controlados por los grandes de la comunicación que siguen todos nuestros pasos
y dejando nuestras huellas imborrables?
Se quiere aceptar una ley según la cual los menores pueden tener controlado
el acceso y su actividad en Internet por los padres (en caso en que se sospeche
un posible abuso). ¿Es esto ético/moral? ¿Debería estar permitido? Es probable
que esto pueda derivar en un ataque más férreo y en un control no alejado de 1984?
Esta es una historia de las que salen (o de las que se olvidan) todos los
días en los medios digitales o en los tradicionales. Una historia que no tiene
un final feliz. Una historia que no nos libera del debate, de ese Escribiendo… que nunca termina.
Pero no todo se basa en un discurso pesimista. Internet puede tener otros
fines más positivos, como emplear las plataformas digitales para contestar
aquello que no nos gusta, para informar de las situaciones que se dan y
denunciarlas, para crear una opinión pública que se enfrente a la autoridad
(tarea reservada hasta hace no mucho a los profesionales de la información,
pero que actualmente no satisfacen esas necesidades mediáticas), el llamado
cibertactivismo. Las personas de a pie ahora tienen en su mano dar información,
sacar a relucir casos y situaciones como en el 15M o la Primavera Árabe. Hay
que alejarse de la imagen del personaje que, como la Inquisición, arroja una
cruz y agua bendita a las nuevas tecnologías. Hay que dejar de lado el combate
entre Apocalípticos e Integrados (teoría de Umberto Eco) y unirse para remar en
una misma dirección. Seleccionar y filtrar correctamente los datos que nos
llega, evitando la saturación informativa y apoyando la función de los medios
tradicionales que, como viejos prematuros, se queda coja y no es capaz de
ayudar a los ciudadanos. El problema es que seguimos echando la culpa a los políticos cuando los que de verdad están detrás son los Mercados.
Por otro lado, sobre el control de nuestros perfiles virtuales, el FBI
quiere aprovechar la investigación policial para espiar a los usuarios, en
concreto a un criminal (Syed Rizwan Farook, uno de los responsables del atentado
de San Bernardino), un juez ha apoyado la iniciativa, mas Apple se opone
rotundamente. De ese criminal se puede pasar a vigilar los teléfonos de otros
usuarios, violando su derecho a la intimidad. ¿Qué debería primar? ¿La
seguridad o la intimidad?
Aquí os dejo el enlace del
vídeo de Play Ground sobre este caso: https://www.facebook.com/PlayGroundMag/videos/1081854548521087/
De todas formas, se han creado mecanismos de contestación como Anonymus o Wikileaks (de los que hablé en la entrada anterior) que pretenden devolver el poder a la opinión pública. Hay que recuperar el poder perdido.
Dejémoslo en:
Escribiendo...