martes, 16 de septiembre de 2014

Ensayo: Se recibe COMUNICACIÓN, se lee "CONTROL", se adquiere "CRÍTICA":

Ensayo texto John B. Thompson: “Comunicación y contexto social”.

Se recibe COMUNICACIÓN,
Se lee “CONTROL”,
Se adquiere “CRÍTICA”.

    Tras leer el texto de Thompson sobre la estrecha relación que mantiene la comunicación con el contexto social correspondiente además de las características de los medios de comunicación, se puede analizar la importancia que el poder (de un jefe tribal, de un “hechicero”, de un rey o de una cúpula de poder en un Estado) tiene sobre los medios de comunicación.
   Entendemos poder como “la capacidad para actuar según los propios intereses infiriendo en acontecimientos y personas y la posibilidad de variar resultados”.
    Hay varios tipos de poder: económico, político, coercitivo y simbólico.
Pero, ¿qué tienen que ver las instituciones de poder con la creación y transmisión de formas simbólicas, de información?

   Sabemos que la comunicación mediática es integral y no puede entenderse al margen del contexto social, de los “campos de interacción” (en palabras de Thompson “parámetros socioculturales en los que actúan –mediatizados-los individuos”), y que la información recibida por los medios de comunicación (cuyo nombre más apropiado debería ser medios de difusión, pues no se participa –normalmente- en la configuración de los mensajes) es adquirida, comprendida, aprehendida e incorporada a nuestros esquemas cognitivos previos.
Pero tras el surgimiento de la “comunicación de masas” (entendido este término como una información dirigida a un público muy amplio) se edifica un nuevo escenario tecnológico, (recuérdese el salto de la era analógica a la digital) donde la información y comunicación pueden manipularse de manera más flexibles.

   Esto no quiere decir que anteriormente no se garantizara a la información una sesión de maquillaje y empolvado, no hay más que ver el dominio ejercido por la Iglesia a los pobres fieles durante la Edad Media (poder simbólico).
Sin embargo, el desarrollo de la comunicación está ligado con fuerza al desarrollo del transporte, pues el conocimiento sobre el mundo en la Edad media se restringía al pueblo o ciudad donde se vivía y con  mucha suerte a alguna villa o territorio vecino.

     Es evidente que una diligencia tirada por caballos enviaba las cartas con amplia lentitud; y que, cuando maravillosos inventos como el teléfono o el telegrama fueron creados, las distancias parecieron acortarse al calor de los barcos de vapor reduciendo el gasto temporal.
He aquí una de las características más destacables de los media: su grado de separación espacio temporal.
Gracias a la creación de instrumentos tales como la imprenta que permitía fijar y reproducir documentos, la información se movía por los años, perpetuándose (de mejor manera que las leyendas o técnicas pasadas de boca en boca), lo que permitió un conocimiento mayor del pasado (o del mismo presente pero de diferentes lugares al mejorarse el transporte) y un “acortamiento” de las distancias.

   ¿Quién no ha escuchado alguna vez decir –o ha dicho él mismo- “¡qué pequeño es el mundo!”?
En efecto, qué pequeño se va haciendo el mundo a medida que se puede saber en tiempo real (o muy cercano, dependiendo del sistema de horarios vigente) lo que está ocurriendo en Siria, o hablar mediante vídeo-conferencia con un empresario de Nueva York o, de forma más simple, coger el teléfono y hablar largos minutos con la prima portuguesa.

   Se descubre la simultaneidad despacializada: mismo tiempo/ diferente lugar.
Aumentan las experiencias relacionadas con el espacio, el tiempo, la velocidad, la separación espacio-tiempo y la simultaneidad, lo que produce un incremente en el ritmo de la vida social.
Esto también ha afectado al sentimiento de pertenencia, ahora nos creemos más “ciudadanos del mundo”.
Nuestro sentido del pasado y del mundo abarca más allá de nuestra ubicación inmediata.
¡Qué locura!
El pasado nos parece una ventana abierta a miles de corredores; el presente, una inmediatez; y, ¿el futuro? El horizonte nos acecha demasiado cercano, precipitado.


    Pero, retornando al tema principal que atañe este ensayo, sobre la influencia del poder en los media… Los engendradores de información han pensado en cómo, nosotros tristes mortales y consumidores de información, recibimos justamente esas formas simbólicas: no somos receptores pasivos, ni mucho menos, sino que se trata de un proceso hermético, no es una mera adquisición que se realiza sin prestar atención, sino que se traduce en una apropiación e integración en el esquema cognitivo previo, por lo que hay una clara actividad interpretativa.
Esto me lleva a decir que el significado de los mensajes no es estático, sino que tiene  un carácter social e histórico, que depende de nuestras circunstancias personales, y que cada individuo puede variar el uso inicial del producto (mensaje), aunque no todo vale.

   Los configuradores de la información transmitida saben que es necesario que los receptores tengan unos conocimientos previos para poder captar y entender el mensaje, esto no tiene mucho misterio, pero ellos mismos pueden inculcar en esos “campos de interacción” plantaciones donde sus raíces se aferren a nuestra memoria, creando nuestro bagaje social y enredándonos en ese laberinto del que es muy difícil escapar.
Así, truncando esa información, engalanándola, nos “venden la moto”, como quien dice, y nos creemos cosas que en verdad son falsas y que predicamos, brindándonos una imagen errónea y un conocimiento empobrecido.

   Este tema puede resultar fangoso y puntiagudo, no se me malinterprete, mas ese Estado, para delimitar su poder y hacerlo crecer hasta convertirse en una bestia imparable, manipula nuestro presente, nuestras palabras, ofreciéndonos un reflejo distorsionado que al contrastarlo nos produce sorpresa.
Si se puede manipular de forma tan fácil (una pesada burocracia aún así) el ahora, estos instantes… ¿Qué pasaría si modificaran el pasado?
Esto sonará un poco paranoico, pero factible.
    Los medios técnicos (el sustrato materia de las formas simbólicas) han evolucionado para permitir cierto grado de reproducción, lo que resuelve, como materia sensible en tónica, en la clara explotación comercial, transformando las formas simbólicas en bienes de consumo que son partícipes en el mercado.
El momento actual dicta al oído a estos creadores que hay que explotar nuevas formas para registrar información, producir y reproducirla para entregarla a una pluralidad de receptores a cambio de remuneraciones económicas.

    También ha hecho que variara nuestra “experiencia mediática”, es decir, la percepción nuestra en y del mundo, lo que influye en nuestra visión sobre el globo.
Y los mass media (medios de comunicación de masas) pueden generar prejuicios y preconcepciones derivadas de la información que nos envían.

    Por ello el control y el ejercicio de la comunicación son tan peligrosamente importantes, pues donde en realidad hay blanco “ellos” (con ellos remito a los que construyen y emiten las formas simbólicas) dicen que hay negro, y a menos que seamos críticos y dudemos y contrastemos, creeremos que es blanco y no negro.
Se vinculan así al poder político y económico al mismo tiempo, e incluso al simbólico por asemejar el proceso de comunicación a la adoración de la verdad, a su firme creencia y divulgación con la misma fuerza que la fe.
¿Poder coercitivo? ¿Aquel que suplanta la voluntad ajena y la doblega mediante la fuerza física –normalmente- y la coacción?
No es este el momento ni el lugar de ese tema, pues entendemos la comunicación como algo, en principio, que descarta lo referido a un mensaje físico violento (lo que no quiere decir que el mensaje contenga la misma carga de amenaza).

    Sin embargo, reitero que el mensaje puede interpretarse y usarse de variadas maneras e, incluso, mediante los reproductores de vídeo nos sentimos libres en determinada manera del orden temporal impuesto por los organizadores -que integran el proceso de recepción en rutinas determinadas- con lo que podemos ser, un poco, “dioses” del tiempo, recreando el pasado y postergándolo para el futuro.


    En suma, cuando el Estado (nos centramos en el estadio de la civilización) controla, manipula y organiza las formas simbólicas y las comunica de una determinada manera, previamente habiéndonos hecho tragar las píldoras correspondientes de parámetros socioculturales apropiados para sus propósitos, tiene el mayor poder de todos: el poder de la información (o de la difusión, o de la comunicación, valgan como sinónimos).
No quiero remitir a un totalitarismo comunicativo, y por ello incito a la crítica y a sopesar el mensaje, a no adquirirlo, sino a apropiarse de él, comprenderlo (y eso implica el contraste y búsqueda de más datos para complementar la información recibida) y apropiarse de él sacando nuestras conclusiones y jugo del rico fruto del conocimiento, y todo el mundo sabe que exprimir una manzana es tarea ardua, mas que su zumo es dulce y gratificante cuanto más esfuerzo se emplee.

     Me gustaría cerrar este ensayo con una sentencia bastante oscura, dramática y que dé para pensar. Pertenece a la celebérrima novela de George Orwell, “1984”:

“Quien controla el presente, controla el pasado y quien controla el pasado, controlará el futuro






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