Ensayo texto John B. Thompson: “Comunicación y contexto social”.
Se recibe COMUNICACIÓN,
Se lee “CONTROL”,
Se adquiere “CRÍTICA”.
Tras leer el texto
de Thompson sobre la estrecha relación que mantiene la comunicación con el
contexto social correspondiente además de las características de los medios de
comunicación, se puede analizar la importancia que el poder (de un jefe tribal,
de un “hechicero”, de un rey o de una cúpula de poder en un Estado) tiene sobre
los medios de comunicación.
Entendemos poder
como “la capacidad para actuar según los propios intereses infiriendo en
acontecimientos y personas y la posibilidad de variar resultados”.
Hay varios tipos
de poder: económico, político, coercitivo y simbólico.
Pero, ¿qué tienen que ver las instituciones de poder con la
creación y transmisión de formas simbólicas, de información?
Sabemos que la
comunicación mediática es integral y no puede entenderse al margen del contexto
social, de los “campos de interacción” (en palabras de Thompson “parámetros
socioculturales en los que actúan –mediatizados-los individuos”), y que la
información recibida por los medios de comunicación (cuyo nombre más apropiado
debería ser medios de difusión, pues
no se participa –normalmente- en la configuración de los mensajes) es
adquirida, comprendida, aprehendida e incorporada a nuestros esquemas
cognitivos previos.
Pero tras el surgimiento de la “comunicación de masas”
(entendido este término como una información dirigida a un público muy amplio)
se edifica un nuevo escenario tecnológico, (recuérdese el salto de la era
analógica a la digital) donde la información y comunicación pueden manipularse
de manera más flexibles.
Esto no quiere
decir que anteriormente no se garantizara a la información una sesión de maquillaje
y empolvado, no hay más que ver el dominio ejercido por la Iglesia a los pobres
fieles durante la Edad Media (poder simbólico).
Sin embargo, el desarrollo de la comunicación está ligado
con fuerza al desarrollo del transporte, pues el conocimiento sobre el mundo en
la Edad media se restringía al pueblo o ciudad donde se vivía y con mucha suerte a alguna villa o territorio
vecino.
Es evidente que
una diligencia tirada por caballos enviaba las cartas con amplia lentitud; y
que, cuando maravillosos inventos como el teléfono o el telegrama fueron
creados, las distancias parecieron acortarse al calor de los barcos de vapor
reduciendo el gasto temporal.
He aquí una de las características más destacables de los
media: su grado de separación espacio temporal.
Gracias a la creación de instrumentos tales como la imprenta
que permitía fijar y reproducir documentos, la información se movía por los
años, perpetuándose (de mejor manera que las leyendas o técnicas pasadas de
boca en boca), lo que permitió un conocimiento mayor del pasado (o del mismo
presente pero de diferentes lugares al mejorarse el transporte) y un
“acortamiento” de las distancias.
¿Quién no ha
escuchado alguna vez decir –o ha dicho él mismo- “¡qué pequeño es el mundo!”?
En efecto, qué pequeño se va haciendo el mundo a medida que
se puede saber en tiempo real (o muy cercano, dependiendo del sistema de
horarios vigente) lo que está ocurriendo en Siria, o hablar mediante
vídeo-conferencia con un empresario de Nueva York o, de forma más simple, coger
el teléfono y hablar largos minutos con la prima portuguesa.
Se descubre la
simultaneidad despacializada: mismo tiempo/ diferente lugar.
Aumentan las experiencias relacionadas con el espacio, el
tiempo, la velocidad, la separación espacio-tiempo y la simultaneidad, lo que
produce un incremente en el ritmo de la vida social.
Esto también ha afectado al sentimiento de pertenencia,
ahora nos creemos más “ciudadanos del mundo”.
Nuestro sentido del pasado y del mundo abarca más allá de
nuestra ubicación inmediata.
¡Qué locura!
El pasado nos parece una ventana abierta a miles de
corredores; el presente, una inmediatez; y, ¿el futuro? El horizonte nos acecha
demasiado cercano, precipitado.
Pero, retornando
al tema principal que atañe este ensayo, sobre la influencia del poder en los
media… Los engendradores de información han pensado en cómo, nosotros tristes
mortales y consumidores de información, recibimos justamente esas formas
simbólicas: no somos receptores pasivos, ni mucho menos, sino que se trata de
un proceso hermético, no es una mera adquisición que se realiza sin prestar
atención, sino que se traduce en una apropiación e integración en el esquema
cognitivo previo, por lo que hay una clara actividad interpretativa.
Esto me lleva a decir que el significado de los mensajes no
es estático, sino que tiene un carácter
social e histórico, que depende de nuestras circunstancias personales, y que
cada individuo puede variar el uso inicial del producto (mensaje), aunque no
todo vale.
Los configuradores
de la información transmitida saben que es necesario que los receptores tengan
unos conocimientos previos para poder captar y entender el mensaje, esto no
tiene mucho misterio, pero ellos mismos pueden inculcar en esos “campos de
interacción” plantaciones donde sus raíces se aferren a nuestra memoria,
creando nuestro bagaje social y enredándonos en ese laberinto del que es muy
difícil escapar.
Así, truncando esa información, engalanándola, nos “venden
la moto”, como quien dice, y nos creemos cosas que en verdad son falsas y que
predicamos, brindándonos una imagen errónea y un conocimiento empobrecido.
Este tema puede
resultar fangoso y puntiagudo, no se me malinterprete, mas ese Estado, para
delimitar su poder y hacerlo crecer hasta convertirse en una bestia imparable,
manipula nuestro presente, nuestras palabras, ofreciéndonos un reflejo
distorsionado que al contrastarlo nos produce sorpresa.
Si se puede manipular de forma tan fácil (una pesada
burocracia aún así) el ahora, estos instantes… ¿Qué pasaría si modificaran el
pasado?
Esto sonará un poco paranoico, pero factible.
Los medios
técnicos (el sustrato materia de las formas simbólicas) han evolucionado para
permitir cierto grado de reproducción, lo que resuelve, como materia sensible
en tónica, en la clara explotación comercial, transformando las formas
simbólicas en bienes de consumo que son partícipes en el mercado.
El momento actual dicta al oído a estos creadores que hay
que explotar nuevas formas para registrar información, producir y reproducirla
para entregarla a una pluralidad de receptores a cambio de remuneraciones
económicas.
También ha hecho
que variara nuestra “experiencia mediática”, es decir, la percepción nuestra en
y del mundo, lo que influye en nuestra visión sobre el globo.
Y los mass media (medios
de comunicación de masas) pueden generar prejuicios y preconcepciones derivadas
de la información que nos envían.
Por ello el
control y el ejercicio de la comunicación son tan peligrosamente importantes,
pues donde en realidad hay blanco “ellos” (con ellos remito a los que
construyen y emiten las formas simbólicas) dicen que hay negro, y a menos que
seamos críticos y dudemos y contrastemos, creeremos que es blanco y no negro.
Se vinculan así al poder político y económico al mismo
tiempo, e incluso al simbólico por asemejar el proceso de comunicación a la
adoración de la verdad, a su firme creencia y divulgación con la misma fuerza
que la fe.
¿Poder coercitivo? ¿Aquel que suplanta la voluntad ajena y
la doblega mediante la fuerza física –normalmente- y la coacción?
No es este el momento ni el lugar de ese tema, pues
entendemos la comunicación como algo, en principio, que descarta lo referido a
un mensaje físico violento (lo que no quiere decir que el mensaje contenga la
misma carga de amenaza).
Sin embargo,
reitero que el mensaje puede interpretarse y usarse de variadas maneras e,
incluso, mediante los reproductores de vídeo nos sentimos libres en determinada
manera del orden temporal impuesto por los organizadores -que integran el
proceso de recepción en rutinas determinadas- con lo que podemos ser, un poco,
“dioses” del tiempo, recreando el pasado y postergándolo para el futuro.
En suma, cuando el
Estado (nos centramos en el estadio de la civilización) controla, manipula y
organiza las formas simbólicas y las comunica de una determinada manera,
previamente habiéndonos hecho tragar las píldoras correspondientes de
parámetros socioculturales apropiados para sus propósitos, tiene el mayor poder
de todos: el poder de la información (o de la difusión, o de la comunicación,
valgan como sinónimos).
No quiero remitir a un totalitarismo comunicativo, y por
ello incito a la crítica y a sopesar el mensaje, a no adquirirlo, sino a
apropiarse de él, comprenderlo (y eso implica el contraste y búsqueda de más
datos para complementar la información recibida) y apropiarse de él sacando
nuestras conclusiones y jugo del rico fruto del conocimiento, y todo el mundo
sabe que exprimir una manzana es tarea ardua, mas que su zumo es dulce y
gratificante cuanto más esfuerzo se emplee.
Me gustaría
cerrar este ensayo con una sentencia bastante oscura, dramática y que dé para
pensar. Pertenece a la celebérrima novela de George Orwell, “1984”:
“Quien controla el presente, controla el pasado y quien
controla el pasado, controlará el futuro”
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