El
reloj de arena que siempre se paraba cuando faltaba el último grano por caer.
Bueno compañero, veo que se
acerca el momento de despedirnos. No quiero que sea empalagoso como las
telenovelas que ves, no. Quiero que sea profundo, que parezca que mañana o esta
misma tarde nos vamos a volver a ver.
Porque no me apetece enfrentarme
de nuevo a la realidad; prefiero quedarme en tu mundo, pero los dos sabemos que
no puedo.
Pero sé que algún día podré
salir a la calle y gritarle a los cuatro elementos lo mucho que odio este
mundo, esta realidad hipócrita e injusta, falsa hasta el aburrimiento.
Me cortaría las venas si
pudiera, y me dejaría morir a la intemperie, dejándome de plato de buen gusto a
los bichos. Pero no puedo, porque si los
pocos seres pensadores que quedamos nos suicidamos todo se iría al traste, y
seríamos bolas de papel arrugadas en el fondo de una papelera. Porque, amigo
mío, mírame como el romántico rebelde, aquel que lucha por liberarse de esta
sociedad, evadiéndose, pero a la vez
como el realista que quiere encararla y contársela a todo el mundo, para que la
conozcan y hagan algo al respecto. Porque al igual que nosotros hablamos sobre
la Muerte, esta se besa con un galán; y mientras conversamos sobre la deshonra
de los botones descosidos, suben los cuerpos muertos al Monte de las Ánimas
cargando la cruz gamada del diablo; y cuando nos sorprendemos del puesto que
solo vende helados de menta y chocolate, aquella alma solitaria compone su
Miserere a la vez que las golondrinas sobrevuelan a las corzas blancas que
corren sin sino…
Porque ya ves que todo lo daría
por morir y a la vez me elevo a la vida.
La censura de los pensamientos
debería estar prohibida, pero es lo que más puede, el silencio y las máscaras
que cubren nuestros verdaderos rostros no se desprenden de ninguna manera.
Estamos sujetos a un modo de vida falso y translúcido, rutinario, monótono, que
casi parece que no nos deja pensar.
Digo yo, ¿cuándo acabará?
¿Cuánto tiempo podré sobrevivir hasta que acabe este invierno negro y pueda
finalmente ver la luz?
Me quedo sin fuerzas, amigo. Y
ya me he despedido de ti en la rotonda, mientras me sonreías como el gato
Risón. Y ya me he muerto en esta realidad asfixiante.
Y justo antes de agarrarme a la
mano de la Muerte, el reloj de arena se para justo cuando queda el último grano
por caer. Y no muero.
Mientras las garras tenebrosas
de la Muerte me sostienen con una delicadez impropia de ella, mientras veo que
ninguna de las religiones me puede servir porque, a fin de cuentas no son más
que creencias que te dan algo en lo que agarrarte para tomar fuerzas; vienes.
Vienes como siempre: alegre y
sonriendo con la sonrisa del gato Risón. Y a pesar de que el contacto de la
Muerte me calma y me relaja y me siento a gusto en sus brazos mecedores, me
coges con fuerza, de un brazo. Aún sigue parado el reloj de arena, y me desprendes
de la tranquilidad y seguridad que la Muerte me propicia, para llevarme a la
potente claridad del nuevo día, alejándome de las tinieblas y del reino de
oscuridad en el que suena la Música de la Noche, y una vez que salimos me miras
y me sonríes. Y parece que el mundo se ha parado, y el último grano de arena
sigue quieto.
Y parece que no ha pasado nada.
Solamente esperando a comenzar este coloquio entre tú y yo.
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