jueves, 9 de mayo de 2013

Coloquio... parte II capitulo final

Porque todo tiene un final...


El reloj de arena que siempre se paraba cuando faltaba el último grano por caer.

 

Bueno compañero, veo que se acerca el momento de despedirnos. No quiero que sea empalagoso como las telenovelas que ves, no. Quiero que sea profundo, que parezca que mañana o esta misma tarde nos vamos a volver a ver.

Porque no me apetece enfrentarme de nuevo a la realidad; prefiero quedarme en tu mundo, pero los dos sabemos que no puedo.

Pero sé que algún día podré salir a la calle y gritarle a los cuatro elementos lo mucho que odio este mundo, esta realidad hipócrita e injusta, falsa hasta el aburrimiento.

Me cortaría las venas si pudiera, y me dejaría morir a la intemperie, dejándome de plato de buen gusto a los bichos. Pero  no puedo, porque si los pocos seres pensadores que quedamos nos suicidamos todo se iría al traste, y seríamos bolas de papel arrugadas en el fondo de una papelera. Porque, amigo mío, mírame como el romántico rebelde, aquel que lucha por liberarse de esta sociedad, evadiéndose,  pero a la vez como el realista que quiere encararla y contársela a todo el mundo, para que la conozcan y hagan algo al respecto. Porque al igual que nosotros hablamos sobre la Muerte, esta se besa con un galán; y mientras conversamos sobre la deshonra de los botones descosidos, suben los cuerpos muertos al Monte de las Ánimas cargando la cruz gamada del diablo; y cuando nos sorprendemos del puesto que solo vende helados de menta y chocolate, aquella alma solitaria compone su Miserere a la vez que las golondrinas sobrevuelan a las corzas blancas que corren sin sino…

Porque ya ves que todo lo daría por morir y a la vez me elevo a la vida.

La censura de los pensamientos debería estar prohibida, pero es lo que más puede, el silencio y las máscaras que cubren nuestros verdaderos rostros no se desprenden de ninguna manera. Estamos sujetos a un modo de vida falso y translúcido, rutinario, monótono, que casi parece que no nos deja pensar.

Digo yo, ¿cuándo acabará? ¿Cuánto tiempo podré sobrevivir hasta que acabe este invierno negro y pueda finalmente ver la luz?

Me quedo sin fuerzas, amigo. Y ya me he despedido de ti en la rotonda, mientras me sonreías como el gato Risón. Y ya me he muerto en esta realidad asfixiante.

Y justo antes de agarrarme a la mano de la Muerte, el reloj de arena se para justo cuando queda el último grano por caer. Y no muero.

Mientras las garras tenebrosas de la Muerte me sostienen con una delicadez impropia de ella, mientras veo que ninguna de las religiones me puede servir porque, a fin de cuentas no son más que creencias que te dan algo en lo que agarrarte para tomar fuerzas; vienes.

Vienes como siempre: alegre y sonriendo con la sonrisa del gato Risón. Y a pesar de que el contacto de la Muerte me calma y me relaja y me siento a gusto en sus brazos mecedores, me coges con fuerza, de un brazo. Aún sigue parado el reloj de arena, y me desprendes de la tranquilidad y seguridad que la Muerte me propicia, para llevarme a la potente claridad del nuevo día, alejándome de las tinieblas y del reino de oscuridad en el que suena la Música de la Noche, y una vez que salimos me miras y me sonríes. Y parece que el mundo se ha parado, y el último grano de arena sigue quieto.

Y parece que no ha pasado nada. Solamente esperando a comenzar este coloquio entre tú y yo.

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